Gestión de napas: el próximo desafío agronómico
Pautas para aprovechar el agua disponible en el suelo o prevenir su exceso
Una proporción de la oferta hídrica que experimentarán los cultivos en una campaña depende de las precipitaciones que reciban (algo para lo cual la capacidad de predicción es extremadamente limitada), mientras que otra parte provendrá de las reservas que el sistema tiene acumuladas (que pueden conocerse antes de la siembra). La cuantificación y gestión de esas reservas, que incluyen el agua del suelo y de la napa, es una de las grandes claves del éxito de un modelo productivo.
“La napa, particularmente, debe ser entendida como un almacén de agua de gran capacidad en algunos suelos, pero con el riesgo asociado de que superado cierto umbral de almacenamiento, puede causar daños por anegamiento”, explicó Esteban Jobbágy, investigador superior del Grupo de Estudios Ambientales del Instituto de Matemática Aplicada de San Luis (IMASL-CONICET-UNSL), durante una exposición realizada en el curso de FundaCREA 2018.
“Es interesante reflexionar sobre la invisibilidad que ha tenido el componente napa dentro de nuestros sistemas hasta hace poco tiempo. En mi caso, cuando estudié Agronomía, las napas no aparecían como factor del ambiente del cultivo. Actualmente sabemos que se trata de un componente clave que puede ayudar tanto como comprometer la productividad”, comentó Jobbágy.
“La napa, sin embargo, es difícil de entender y estudiar. Es un componente dinámico del paisaje; aún a profundidades de tres o cuatro metros puede ser un factor importante, pero raramente exploramos el suelo hasta tan abajo. Además, las napas suman complejidad horizontal al transportar agua entre lotes o dentro de parches de un mismo lote. Así, el agua que escape en una posición puede terminar siendo usada en otro lugar. O los cuidados que tengamos manejando su nivel pueden diluirse por los efectos de los niveles de establecimientos vecinos”, añadió el investigador.
La raíces de las plantas no son todas iguales: existen muchas diferencias entre especies. En pivotes centrales abandonados en la provincia de San Luis –en sistemas sin napas– puede llegar a observarse una acumulación anual del orden de 20.000 kg/ha de materia seca de cardo ruso (Salsola Kali), algo que es inexplicable en función del régimen de lluvias presente en la zona. “Eso se explica porque las raíces de esa planta pueden explorar tres a cuatro metros de suelo en un año y abastecerse del agua que el excedente de riego cargó en su momento en los perfiles; pero nuestros cultivos anuales no suelen llegar más allá de los dos metros de profundidad. Además, a medida que se acortan los ciclos productivos de los cultivos se reduce la capacidad de exploración de las raíces, que puede ser mucho mayor para plantas perennes”, apuntó Jobbágy.
Otro factor determinante en el proceso es la textura de los suelos. En un suelo arcilloso es posible que el agua se transporte desde varios metros profundidad hacia la superficie por capilaridad, pero a una velocidad muy lenta, mientras que en un suelo muy arenoso la velocidad de transporte del agua es mucho mayor, pero a una distancia corta. En suelos de texturas intermedias (francos, franco-arenosos, limoso), se da una combinación óptima de distancia y velocidad de transporte capaz de asegurar un buen abastecimiento a un metro o metro y medio de distancia desde el nivel de napa al frente de raíces.
“Un problema que tenemos es que la gestión de la napa se produce a una profundidad que está fuera del universo de las descripciones de suelos: conocemos el horizonte A y B, pero la historia de la napa comienza a partir del C y no disponemos de mucha información, lo que a veces hace que nos llevemos sorpresas increíbles, como por ejemplo detectar que en buena parte de los suelos de la llanura chaqueña existe a una profundidad de dos a tres metros un volumen de sales enorme; ese dato, que antes no conocíamos, cambia completamente en esa zona la visión que podamos llegar a tener de la gestión de las napas”, advirtió Jobbágy.
“En la zona de Bandera (Santiago del Estero) hemos observado salinidades de diez a quince deciSiemens por metro (dS/m). En algunos casos dejaron la soja para comenzar a producir algodón, que es un cultivo más tolerante a la salinización. A medida que siga subiendo el nivel de las napas, este problema podría generalizarse en otras zonas del norte argentino”, alertó.
Mucho de lo que se conoce sobre los umbrales de tolerancia de agua salinizada proviene de evaluaciones realizadas en situaciones de riesgo. Pero en el caso de la napa –aseguró el investigador– la cuestión es bastante diferente por dos razones. A favor de la situación de napas, está el hecho de que su aporte coexiste con el de lluvias, permitiendo que la carga de sales sea parcialmente compensada por el consumo de agua dulce en superficie. En contra de la situación de napas, está el hecho de que la concentración de sales aumenta en la zona capilar a medida que las plantas consumen agua, generando niveles de salinidad mayores en las raíces que lo que podamos registrar en un freatímetro. “Desconocemos muchas cosas al respecto. ¿Cuál es el nivel de sal razonable en el agua de napa para cada situación de cultivo? Aún no lo sabemos”, explicó.
Jobbágy es uno de los profesores que integran el FundaCREA 2019, en el cual profesionales y empresarios del agro tendrán la posibilidad de enterarse y dialogar con los protagonistas que están diseñando las nuevas fronteras conceptuales en las cuales se está construyendo el nuevo paradigma agrícola.
El curso, que comienza a fines de mayo próximo, es coordinado por Jorge González Montaner y Emilio H. Satorre y cuenta con la participación de Gervasio Piñeiro (IFEVA, UBA-CONICET), Rodolfo Gil (INTA; Chacras-Aapresid), Alberto R. Quiroga (INTA), Ernesto Viglizzo (consultor privado), María Carolina Sasal (INTA Paraná), Pablo Tittonell (INTA Bariloche) y Diego Ferraro y Roberto Fernández (FA-UBA).
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